flores que me siguen

miércoles, 10 de febrero de 2010

EL SOL Y EL VIENTO



Cuenta la fábula...

A buena altura sobre el bosque y ocultos detrás de la densa pantalla de las nubes, el sol y el viento seguían su discusión, que sostenían desde tiempo inmemorial sobre cuál de ambos era más fuerte.

-¡Claro que lo soy yo! -insistió el sol-. Mis rayos son tan poderosos que puedo chamuscar la Tierra hasta reducir la negra yesca reseca.
- Sí, pero yo puedo inflar mis mejillas y soplar hasta que se derrumben las montañas, se astillen las casas convirtiéndose en leña y se desarraiguen los grandes árboles del bosque.
- Pero yo puedo incendiar los bosques con el calor de mis rayos - dijo el sol -.
- Y yo hacer girar la vieja bola de la Tierra con un solo soplo, -insistió el viento-.

Mientras estaban sentados disputando detrás de la nube, y cada uno de ellos profería sus jactancias, salió del bosque un granjero. Vestía un grueso abrigo de lana y tenía calado sobre las orejas un sombrero.

-¡ Te diré lo que vamos a hacer!- dijo el sol-.








El que pueda de nosotros dos, arrancarle el abrigo de la espalda al granjero, habrá probado ser el más fuerte. - ¡ Espléndido! - bramó el viento









y tomó aliento e hinchó las mejillas como si fueran dos globos.

Luego sopló con fuerza...y sopló y sopló...Los árboles del bosque se balancearon. Hasta el gran olmo se inclinó ante el viento cuando éste lo golpeo sin piedad. El mar formó grandes crestas en sus ondas, y los animales del bosque
se ocultaron de la terrible borrasca.

El granjero se levantó el cuello del abrigo, se lo ajustó más y siguió avanzando trabajosamente.
Sin aliento ya, el viento se rindió desencantado.
Luego el sol asomó por detrás de la nube. Cuando vio la castigada tierra, navegó por el cielo y miró con rostro cordial y sonriente al bosque que estaba allá abajo.
Hubo una gran serenidad y todos los animales salieron de su escondite.

El granjero alzó los ojos, vio el sonriente rostro del sol y, con un suspiro de alivio, se quitó el abrigo y siguió andando agílmente.

- Ya lo ves -dijo el sol al viento-. A veces, quien vence, es la dulzura


Y yo añado, que la intolerancia es el dolor interno de la humanidad, y que de ella derivan vicios tales, como la violencia, la intransigencia, incomprensión, manipulación, imposición...


















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